11 de noviembre 2018
Aún no sé cómo lo he hecho pero aquí me encuentro en un parking del centro de Chefchaouen. A diferencia de Tetuán, Chefchaouen tiene pocos elementos europeos y efectivamente, como ya me habían avisado, una vez que empiezas a callejear por sus calles es muy fácil encontrar las preciosas fachadas azules de las casas por todas partes. Afortunadamente, el banco francés que buscaba se encuentra en una plaza del centro a unos cinco minutos de donde he aparcado. Miro el móvil: doce llamadas de Marina. Le mando un mensaje rápido para que no se inquiete y salgo del coche.
“¿Puedo ir contigo?”
Me giro sobresaltada y veo a Naila, la niña a la que había ayudado esta mañana en clase, saliendo de la puerta trasera del coche.
“Pero, ¿tú qué haces aquí?”
“Estaba durmiendo atrás en el coche y luego como estabas tan enfadada no quería decir nada. Mi papá me estará buscando y te va a caer una bronca.”
“Shit”
“¿Shit? ¿Qué es?”
“Nada, nada. Es una forma de decir “de acuerdo”, pero es un dialecto de Escocia, así que no lo digas mucho, nadie te va a entender. ¿Cómo no he podido verte en el coche?”
Naila se encoge de hombros y me mira con sus grandes ojos marrones. “Quizás porque estaba tapada con la manta.”
“Ven conmigo. Tengo que ir al banco pero enseguida volvemos ya a casa.”
“Si me dejas sentarme delante puedo indicarte el camino, así no tardaremos otra hora en volver.”
“Gracias, pero los niños se sientan detrás, además el camino lo tengo casi controlado ya.”
Naila no parece muy feliz con mi respuesta, pero continúa negociando.
“Vale, pero si no quieres que le diga a mi papá que me has secuestrado, tienes que comprarme unos dulces. Mi tienda favorita está a tres calles de aquí.”
Acepto sobretodo porque me siento muy culpable de no haberme dado cuenta de que Naila estaba en el coche, y ya sin otro impedimento nos dirigimos al banco. En Chefchaouen hay bastante menos gente que habla español de forma fluida, pero con la ayuda de Naila consigo realizar mi transferencia. En ese momento siento un cierto alivio pero el miedo a que no sea suficiente es un miedo que siempre está presente desde que me levanto hasta que me acuesto. Pongo este pensamiento a un lado y caminamos de vuelta al coche. Al final Naila ha sido de gran ayuda en el banco y me ha introducido al placer de los dulces picantes.
“¿Naila? ¿Alba?”
Aparcado al lado de nuestro coche vemos el coche de Ali, un Ford Fiesta blanco con una gran abolladura en la carrocería cerca de la zona del maletero. Ali no parece para nada contento y se acerca a un paso ligero. Cuando ya lo tengo muy cerca es la primera vez que aprecio su metro ochenta y me imagino ya haciendo las maletas de vuelta a España esta misma noche.
“¡Papá!” - Naila salta al pecho de Ali quien cambia su rostro ceñido por una leve sonrisa y abre bien sus abrazos para coger a la pequeña, quien, ante mi mayor ignorancia y asombro, parece ser su hija.
“No te enfades papá. Alba no quería secuestrarme, shit.”
“¡¿Qué has dicho?!
La mirada de Ali vuelve a estrecharse y resopla con furia.
“Nada, nada, es código secreto escocés verdad Alba?”
Naila me guiña un ojo y siento el calor de la vergüenza que sube por mis mejillas. Quiero excusarme por todo, pero no encuentro las palabras por donde empezar. Ali se me adelanta.
“Naila, monta en el coche. Tú, Alba, sigue mi coche, hablamos al llegar a la casa.”
28 de junio 2015
Hoy es la fiesta de despedida de Marina. Tras cinco años en Londres Marina y Andrea han decidido hacer una pausa en sus vidas con el objetivo de visitar sesenta países en los siguientes doce meses empezando por Asia. El sueño de Marina de ser actriz parece haberse transformado y desde hace medio año Marina y Andrea planean su aventura que les iba a llevar a los cinco continentes del mundo.
Marina y Andrea habían invitado a unos veinte amigos entre la gente del trabajo y algunos de sus antiguos compañeros de casa, pero apenas cabíamos en su pequeño apartamento de Vauxhall. Entre bailes, risas y anécdotas de nuestras aventuras por Londres, la noche pasa más rápido de lo que me hubiera gustado y Jack me indica que es la hora de volver a casa.
“Va a ser increíble. Tenéis que mandarnos fotos de todos los sitios. Os voy a echar tanto de menos.”
“Y nosotros a vosotros.”
Marina y yo nos fundimos en un abrazo y siento un gran vacío al cerrar la puerta del apartamento donde tantos buenos momentos habíamos pasado. Jack me coge de la mano y andamos hacia la parada de metro Oval, a tan sólo unos cinco minutos de su piso. Aunque es medianoche, el tiempo es bastante agradable y aún se ven algunas parejas y chavales por la calle. Antes de entrar al metro, Jack se para y se coloca enfrente de mí sin soltarme de la mano. Posa su otra mano libre en mi barriga de tres meses, bien disimulada con mi blusa rosa ancha.
“¿Por qué no les has dicho nada del bebé?”
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