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Chapter 2

 4 de noviembre 2010

“Ya has pasado tu primer mes en Londres, ya tienes curro y casa, esto se celebra, hoy se sale”. Me dice Marina, mi recién estrenada compañera de piso. La verdad es que tras unas semanas caóticas, por fin puedo decir que mi plan va a poder ponerse en marcha. Para mis veintidós años me considero una persona muy centrada y con las ideas claras. Tras terminar la carrera de administración de empresas decidí venirme aquí durante un año o dos para coger experiencia y por supuesto, como todos, mejorar mi nivel intermedio de inglés. Gracias a una amiga de una amiga he conocido a Marina que lleva ya dos años viviendo aquí y quien me avisó de que había una habitación libre en su casa. La habitación no es muy cara para ser Londres pero quizás tenga que ver con el hecho de haber diez personas conviviendo en una casa con un solo baño y de vivir en Harrow, zona 4, a más de media hora en metro del centro real de la capital. Aunque eso no parece importar a mi compañera. Marina trabaja en un pequeño teatro de Soho, donde interpreta un papel secundario en una obra de comedia satírica por las noches, y un papel real de camarera en el bar durante el día. A pesar de las largas horas de trabajo, su energía nunca se disipa y parece siempre tener la fuerza y entusiasmo para salir de fiesta. 

“Vale, me cambio y vamos.” 

“Perfecto, voy a rellenar estas botellas de fanta con vodka y así le damos en el metro antes de entrar al club, ¡ponte guapa que con deportivas no nos dejan entrar a ningún lado!”  


Pasamos la noche por un par de pubs antes de ir al tan famoso club Zoo Bar de Leicester Square. Todo lo contrario a lo que uno puede imaginarse de Inglaterra, son las doce de la noche y la plaza rebosa de vida, músicos en la calle, jóvenes en grandes pandillas, alcohol por las venas y una gran cola en el McDonalds para aquellos que intentan curarse de la resaca de mañana. Tras una corta espera de cola, podemos entrar al Zoo Bar, que bien podría llamarse el Spanish bar. Una vez dentro sólo escuchamos a españoles y Marina enseguida se propone presentarme a todos sus amigos, quienes van ya por su tercer Jagerbomb, una bebida de Jagermeister con Red Bull que se toma a modo de chupito. El garito no tiene una decoración especial y la música es básicamente pop bailable de los años 2000, así que realmente no entiendo cuál es el hype por este lugar, pero a media noche y aún bajo el efecto del vodka que tomamos en el metro no creo que sea buen momento para ponerse a divagar en mis pensamientos. El espíritu fiestero de Marina y sus amigos es contagioso y rápidamente me uno a ellos. En poco tiempo me encuentro en la pista de baile con una sidra en mano, danzando al ritmo de los temazos de Kings of Leon, el pelo suelto desatado, la camisa a un botón de distancia de un escote descarado, desinhibida de complejos, probando el sabor de cerveza mezclada con tequila, sintiéndome libre, feliz.  Y después, de repente, la oscuridad total.  



 7 de noviembre 2018


En el aeropuerto ya me esperaba Marina que había alquilado un coche para irnos directamente a Tetuán donde íbamos a estar unos días antes de instalarnos en la fundación de Chefchaouen. Hacía ya varios años que no la veía, pero Marina seguía igual de energética que cuando la conocí y pasábamos las noches de fiestas y las mañanas de domingo de resaca planeando nuestro futuro. Ella decía querer ser artista de musicales en Broadway, yo, gran empresaria de exportación internacional en Madrid. Y sin embargo, aquí nos encontramos, yo huyendo desesperada de mis últimos ocho años, Marina con las ganas de empezar su nuevo proyecto. “Cariño, qué cara me traes. Has perdido un trabajo y un fiancé, no es el fin del mundo. Esa tristeza hay que olvidarla ya, vámonos de paseo que te voy a enseñar esta maravillosa ciudad.” Marina decía la verdad, tanto de mi aspecto miserable como de la belleza curiosa de la ciudad. Paseando por Tetuán hay tantas cosas que llaman la atención que es fácil olvidarse de lo cotidiano: las montañas nevadas al fondo, las casas blancas en las laderas que tanto se asemejan a los pueblos blancos de mi tierra andaluza, las calles típicas europeas del centro y su contraste con los barrios a su alrededor, típicos marroquís de callejuelas empedradas, cuestas y laberintos de mercados. Los contrastes no sólo se notan en la arquitectura, sino en las personas paseando por la calle, sus vestimentas, sus gestos e incluso sus idiomas - hasta donde llega mi conocimiento puedo distinguir gente hablando en inglés, español, francés y dariya, el dialecto del árabe marroquí. 

A finales de la tarde y antes de dirigirnos al hotel a dormir, paramos en una cafetería que Marina conoce y pedimos el típico té verde que para mi sorpresa es el té más delicioso y más azucarado a la vez que nunca antes había probado. “Bueno, ahora que estamos tranquilas, cuéntame cuál es el plan”. Marina se lanza a contarme el proyecto en el que vamos a trabajar, y durante la siguiente media hora me dedico a escuchar atentamente mientras degusto unos makrouts y lo que queda de mi té. El plan es partir pasado mañana a Chefchaouen, un pueblecito a un par de horas de Tetuán. Vamos a formar parte de un proyecto de voluntariado para ayudar a los niños en situación de pobreza y desigualdad social de la región. A cambio la fundación nos da comida y alojamiento en una casa cercana a la fundación. 

“Compartimos la casa con dos chicos de Europa también, pero ya no sé nada más de eso. Ah sí, he hablado con Ali y me ha dicho que estaremos ayudando en el sector de la educación cuando le he hablado de todas esas horas de tutoría que hacíamos en Londres, ¿te acuerdas?” 

“Para no acordarme, esos primeros dos años las clases particulares de español nos salvaron el ass many times

Marina se empieza a reír, probablemente recordando nuestras travesuras juveniles, y su risa es tan aguda y pegadiza a la vez, que no puedo evitar unirme a ella entre las miradas curiosas de los demás clientes. 

“Me alegra volver a tener estos momentos, cuánto los echaba de menos. ¿Sabes lo que te digo? Qué le den a Jack y al estúpido trabajo de mierda. No merecen más lágrimas. Yo no me reduzco a la versión idílica que tenía de mí misma en mi post adolescencia. No cumpliremos los objetivos que queríamos a los veinte años, pero somos afortunadas de poder reinventarlos y empezar de cero. Brindemos con nuestros tés por la actualización 2.0 de nuestras vidas. Chin chin?” 

Marina levanta su vaso esperando a que me una a ella en su celebración. La verdad es que yo era muy feliz con mi vida hasta el año pasado, yo no quiero reinventarme, no deseo actualizarme, quiero que todo se quede como estaba, versión 1.0. Quiero volver a mis rutinas, a mi estabilidad económica, social y amorosa. Pero no puedo confesar esto a Marina después de todo lo que ha hecho para meterme en el proyecto a última hora, así que levanto mi vaso y le devuelvo la sonrisa.

 “Salud!” 

  


5 de noviembre 2010

Me despierto medio abrumada y confundida. Lo último que recuerdo es la pista de baile, las luces amarillas y blancas reflejadas en el vestido de Marina y el sabor a alcohol en la boca. Sin embargo, ahora sólo escucho un pitido fino y siento una gran presión en la cabeza. 

“Are you okay? Can you hear me?” 

Entreabro mis ojos y quiero ver una silueta masculina que no reconozco como los amigos alocados de Marina. Al fondo hay una luz blanca y un foco, pero nada que ver con los de la discoteca donde estábamos. 

“Alba, cariño, soy Marina, estamos en un centro de salud, ¿me escuchas?”

Giro la mirada hacia la derecha y allí veo lo que imagino que es mi amiga y asiento con mi cabeza.

“Tú te dan con botella de cristal y tú caes, tú bien pero sangre en cabesa” - continúa el chico en un castellano bastante roto y ante lo que es posiblemente mi cara de mayor confusión hasta el momento, abandona y continúa en inglés -  “my name is Jack, I’m a junior doctor”.


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