3 de diciembre 2015
“Yes, I’m looking forward to that. Thank you very much.”
Cuelgo el teléfono y empiezo a recoger los papeles que se amontonan en mi escritorio. Al otro lado de la línea telefónica y tras múltiples conferencias estas últimas semanas, el señor Graham del departamento internacional de comunicación de la compañía Oxt, acaba de dar luz verde al proyecto de lanzar nuestra aplicación en el mercado estadounidense.
Tras el mes más difícil de mi vida, noto un pequeño cosquilleo en la barriga de felicidad. Pensaba que no sería posible volver a sentir una pizca de felicidad, ese sentimiento me había abandonado para siempre hace un mes exacto cuando ingresada en el hospital tuve que despedirme de la esperanza de ser madre. Cierro la agenda, apago mi ordenador y miro alrededor de mi pequeña oficina en Hoxton. Son las seis de la tarde, así que Halima y Ewen ya se han ido a sus casas, y yo me dispongo a hacer lo mismo. Por ahora sólo somos tres en Royal Layor, aunque un asiento queda reservado a Andrea para cuando vuelva de su viaje por el mundo con Marina. Odio el silencio de la oficina vacía y el hueco en mi cama de las largas noches cuando Jack trabaja y no está en casa. Ese vacío y silencio incómodo me recuerda que de una forma u otra todos estamos sólos en la vida, tanto en nuestras mentes como en nuestros cuerpos. Sobre todo, esto es cierto en Londres, la ciudad más irónica donde he vivido, en donde nunca estás solo, pero siempre sientes la soledad cruel en sus calles, en su metro, entre el bullicio de los turistas y bajo el ruido de la lluvia de invierno. Salgo rápido de la oficina y deambulo sin rumbo, sin querer llegar a casa, sin tener destino, sólo para distanciarme de la realidad. La pequeña felicidad que había sentido antes está más que acabada. Llego a los famosos altos edificios que rodean Old Street y mientras espero que el semáforo cambie de color, alcanzo mi bolso y saco la foto que guardo en el bolsillo interior. Ahí está mi pequeño bebé en la ecografía de las doce semanas recordándome de nuevo que ya no está aquí en mi barriga, que Jack no está aquí ahora a mi lado para cogerme la mano, que Marina y Andrea ni siquiera están en este país y que vuelvo a estar sola en Londres como cuando vine por primera vez hace cinco años.
12 de noviembre 2018
Es hora de desayunar y ponernos rumbo a la fundación, pero antes toco tres veces en la puerta de su dormitorio, como solía hacer cuando compartiamos piso en Londres.
“Marina, lo siento mucho de verdad. No quería asustarte. Yo… necesitaba hacer algo, pero ya está hecho.”
Finalmente, me abre la puerta. “No me dices nada nuevo amiga.”
“Lo sé. ¿Puedo sentarme aquí contigo?”
Digo señalando su cama donde está ella terminando de enfilar sus zapatos. Ante su afirmativa, me siento a su lado y respiro hondo y la miro fijamente a sus ojos, como pidiéndole permiso ante la confesión que le voy a hacer.
“Hay cosas que no puedo contarte. Ya has leído mucho sobre por qué dejé Londres y por qué fracasó Layor. Pero tú no sabes, ellos tampoco saben todo. No saben cómo soy verdaderamente. No saben lo que hice, y es mi pasado que tengo que enterrar para poder mirarme al espejo por las mañanas."
Marina me coge la mano mientras intento retener mis lágrimas.
“Yo te conozco Alba. No sé qué pasó exactamente, pero conozco tu corazón. No hay nada malo ahí dentro. ”
“No, no es cierto.”
“Cuéntame todo por favor.”
“No puedo Marina, de verdad.”
“Vale. Hagamos un trato. Si es muy doloroso, empieza con una pequeña parte, y cuando retomes fuerzas, ya me dirás el resto.”
Desvio mi mirada de los ojos intensos de Marina. Un rayo de sol entra de la ventana y se posa en las sábanas de la cama. Afuera todo está en calma. El cielo azul sin nubes, las calles abandonadas de presencia humana, y de fondo el piar de tres pajaritos que se posan sobre las ramas del cedro.
“El día que Andrea y tú dejasteis Londres yo estaba embarazada. No quería deciros nada porque aún era pronto y después tampoco os dije nada porque quería guardar la sorpresa para las navidades cuando volvierais. Pero no volvisteis. Y Jack y yo perdimos el bebé después del verano. Pero la tragedia nunca viene sola y a partir de ahí todo cambió. Ahí lo tienes. No es todo, pero es uno de mis secretos.”
Marina por primera vez parece haberse quedado sin palabras, pero me funde en un abrazo y nos quedamos allí en ese momento durante una quincena de minutos, con el fondo de los pajaritos que pían en un ritmo sombrío y disimulado, la banda sonora de la muerte que te espía de lejos y espera pacientemente su momento para llevarte con ella.
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