Un ruido tímido me despierta de mis más profundos sueños. Abro los ojos y mis manos intentan alcanzar el móvil. Efectivamente, son las ocho de la tarde. ¿Cómo he podido dormir tanto? Aún medio aturdida, me pongo mis gafas y mi sudadera y me dirigo a la ventana. Fuera ya se escuchan las palmadas típicas de estas semanas, y yo, como todos los días, la abro y me sumo a esta rutina diaria. Es un acto automático, sin mayor reflexión de mi parte, eso ya terminó tras la primera semana. Aprovecho para mirar a mis vecinos de enfrente que sonríen y hasta me saludan. No es que seamos amigos, pero supongo que se compadecen de verme sola día tras día en mi pequeño apartamento. El tiempo parece acompañar el luto que se ha instalado en nuestro pueblo, en nuestro país. El cielo está cubierto de nubes e incluso parece querer llover, pero no lo hace por el momento, como si la lluvia quisiera respetar el silencio impuesto que sólo puede romperse con las palmadas del vecindario. Las ocho y dos minu...